Historia de Sangüesa Sus orígenes se remontan a las Edades del Bronce y del Hierro. Los restos romanos en Sangüesa son
también importantes.
La primitiva Sangüesa estuvo emplazada sobre un montículo, la actual villa de Rocaforte, que en el siglo IX, hizo de frontera
con los musulmanes.
Por decisión de Alfonso el Batallador, rey de Navarra y Aragón, surgió en el llano un nuevo núcleo de población, Sangüesa la
Nueva y él mismo le concedió el Fuero de Jaca en 1122, pues era muy beneficioso para el reino tener una villa importante
en la ruta jacobea procedente de Somport. Así se comprende la pujanza económica y social que proporcionó el Camino de
Santiago a la ciudad de Sangüesa.
La villa se estructuró siguiendo la dirección del puente, a manera de fortaleza, con rúas paralelas y perpendiculares, cercado
de murallas con torres (frecuentemente, Sangüesa, se vio involucrada en las guerras contra Aragón por la defensa de las
fronteras) y cuatro portales en los cuatro puntos cardinales.
Es tradición que el rey Luis Hutín concedió a los de Sangüesa, vencedores en la batalla de Vadoluengo, en 1312, el titulo de
"La que nunca faltó" por su fidelidad en la defensa del reino.
Llegó a tener hasta cinco parroquias y cuatro conventos de frailes. En su palacio-castillo se hospedaron con frecuencia reyes
y príncipes y por ser cabeza de la merindad de su nombre, aquí se celebraron las cortes generales del reino en varias
ocasiones. Tuvo tanta importancia en la asistencia a los peregrinos hacia Santiago, que se han documentado hasta doce
hospitales. Aquí nació en 1503 el príncipe Enrique de Labrit, hijo de Juan y Catalina, últimos reyes privativos de Navarra.
La rua Mayor delimitó el territorio de sus parroquias, dedicada a Santa María la del norte y al apóstol Santiago la del sur;
posteriormente, a finales del siglo XIII, surgió la parroquia de San Salvador para un nuevo barrio, el de la Población.
Asimismo, en el siglo XIII, se establecieron las órdenes mendicantes con sus conventos de franciscanos, dominicanos, mercedarios
y carmelitas.
Tras la anexión del Reino de Navarra a la corona de Castilla, Fernando el Católico confirmó los Fueros de Sangüesa (1513).
Las riadas del Aragón anegaron con frecuencia la localidad ocasionando grandes pérdidas, la más trágica, ocurrida en el año
1787, produjo más de 600 victimas y la destrucción de la mayor parte de las viviendas.
Durante las guerras carlistas tuvo un gran protagonismo pues fué ocupada la ciudad por las tropas liberales.
Iglesia de Santa María La Real
La primera referencia escrita de la iglesia de Santa María La Real es de 1131, cuando Alfonso el Batallador donó su capilla y
palacio a los caballeros de San Juan de Jerusalén. Para posteriormente, en el siglo XIV, pasar a la diócesis de Pamplona. Situada
junto al puente sobre el río Aragón, tuvo una función defensiva, incluso durante las guerras civiles del siglo XIX. En 1889 fue
declarada monumento nacional. Fue restaurada durante la primera mitad del siglo XX.
El exterior A la época fundacional, siglo XII, corresponden los tres ábsides románicos en la cabecera. A finales de este
siglo y siguiente se estructuraron las naves, la portada del sur y la torre gótica octogonal.
La portada
El pórtico de Santa María La Real es una maravilla del arte románico, que con su revoltijo de figuras y muecas nos cuenta una historia, o más bien una
advertencia: sed buenos e iréis al cielo, o por el contrario, os espera el infierno. En la Edad Media, cuando pocos sabían leer, las fachadas de las iglesias
sustituían a los libros, así que estad atentos a ver que nos cuenta.
Las arquivoltas, las enjutas y los contrafuertes están repletas de figuras simbólicas, es una mezcla un tanto caótica, que le confiere al pórtico su
particular encanto al modo de los retablos barrocos. El placer está en pasear la mirada descubriendo clérigos, soldados, oficios: si ve un hombre con
un animal y un cuchillo es un matarife, hay un herrero, y varios zapateros, por eso del Camino de Santiago. La lujuria se representa a través de
mujeres desnudas a las que serpientes y sapos atacan. Los músicos y bailarinas se asocian con el pecado, no con la alegría. Hay animales fantásticos y
tallas simplemente decorativas.
El tímpano de la iglesia es su parte más ordenada y doctrinal; en medio, Cristo entronizado, rodeado de cuatro ángeles que con sus trompetas anuncian
al Juicio Final. A su derecha los bienaventurados, van vestidos, contentos, se dirigen hacia Jesús, ayudándose unos a otros.
Las estatuas-columnas son uno de los elementos más bellos del pórtico. A la derecha están las tres Marías, que simbolizan la resurrección, ya que según
el relato bíblico fueron ellas quienes visitaron el sepulcro vacío. En el centro María, madre de Dios, en cuyos ojos hundidos y en su corona, podemos
adivinar los huecos para las piedras preciosas que le daban vida.
En la Edad Media no existían artistas, según el significado actual de la palabra, lo que había eran artesanos que normalmente no firmaban sus obras.
Este no es el caso ya que en el libro que sostiene la Virgen María podemos leer: "Leodegarius me fecit" es decir "Leodegario me hizo". Artesano o
artista de origen francés él y su taller esculpieron la piedra para nuestra eterna admiración.
Esta portada verdadera joya del románico español, centra su temática en el Juicio Final, el triunfo de Cristo.
Cristo Majestad, flanqueado por los símbolos de los evangelistas, y un apostolado ocupan la parte superior en doble galería de
arcos. Debajo, en la zona media y en lugar preferente, el tímpano: Cristo juzgando a los hombres, la Virgen y los apóstoles como
intercesores, San Miguel pesando las almas, salvados y condenados, máscaras del infierno. Tres arquivoltas enmarcan este
tímpano, en las que se representan los estamentos de la sociedad medieval: obispos y peregrinos, vicios y virtudes, guerreros y
músicos, juglares y zapateros, herreros y agricultores, y otros oficios.
A ambos lados de las arquivoltas, aparecen animales monstruosos, escenas del Antiguo y el Nuevo Testamento y la famosa
leyenda nórdica de Sirgud y el herrero Regín. En la zona inferior, a modo de cariátides y en el lado izquierdo de la puerta:
María Magdalena, María madre de Cristo (señalando en el libro el nombre del escultor Leodegarius) y María, madre de Santiago.
A la derecha: Judas ahorcado y los santos Pablo y Pedro.
Una vez esculpido y montado el pórtico quedaba la tarea de pintarlo, en el arte románico los templos y sus esculturas estaban revestidos de vivos colores.
En el pórtico de Santa María todavía se pueden apreciar restos que así lo atestiguan, e incluso toda la fachada era de color blanco y con las juntas en rojo.
Quizás un tanto excesivo para el gusto actual, tan amigo de la piedra desnuda.
El friso superior es obra del taller de San Juan de la Peña y representa el preludio del Juicio Final: Cristo rodeado del Tetramorfos (los símbolos de los
cuatro evangelistas), dos ángeles y los apóstoles. A la izquierda de Cristo los condenados, desnudos, horrorizados, agarrándose unos a otros, cayendo a un
destino sin solución. Tres están vestidos, parecen aliviados, se han salvado por poco y se dirigen hacia Jesús. Detrás está el arcángel San Miguel con su
balanza, donde pesa las buenas acciones, simbolizadas con una paloma y las malas llenas de serpientes. Junto a ellos los monstruos, el demonio sacando la
lengua y los condenados de rostros convertidos en muecas de espanto.
El capitel de la derecha representa un buey, símbolo de mansedumbre, el de la izquierda un león o diablo, que devora a tres condenados. Las figuras de las
columnas de la derecha son San Pedro y San Pablo y Judas ahorcado grabado en su pecho apenas se puede leer: "Judas Mercator", o mercader, advertencia
a los malos mesoneros que se aprovechan de los peregrinos. Sobre él un demonio, deformado a base de pedradas que en otros tiempos a las representaciones
del mal se les temía pero también se les atacaba con saña.
Imaginemos a un peregrino en la Edad Media que agotado después de atravesar toda Europa, descansa junto al pórtico lo mira y descubre el infierno que
le espera por sus muchos pecados. Con nuevas fuerzas retoma asustado sus pasos para llegar lo antes posible a Santiago, y recibir allí la indulgencia
plenaria. Es sin duda un mensaje contundente en un adecuado y artístico medio de comunicación de masas.
El interior Templo de planta románica, con tres naves, la central mas ancha y tres tramos, separados por arcos
apuntados y cubiertos con tracería gótica. La cabecera románica, de tres ábsides semicirculares está cubierta con bóveda de
horno. Delante del ábside central emergen:
1. La monumental cúpula apoyada sobre cuatro trompas, alojada dentro de la torre.
2. En el ábside central, el retablo mayor, plateresco, de la primera mitad del siglo XVI realizado por artistas locales, presidido por
la imagen de Nuestra Señora de Rocamador, en la parte inferior los evangelistas y en la superior, escenas de la vida de la Virgen,
con la Asunción del siglo XVIII.
3. Frente al ábside central, en el coro, vidriera moderna de técnica medieval, dedicada a la Virgen.
4. Crucificado barroco del siglo XVII.
5. Imagen gótica de San Blas, siglo XV.
6. Capilla de San Miguel. Construida en el siglo XIV como capilla real. A la derecha, retablo titular, con imagen de bulto y
tablas pintadas del siglo XVI, con diversas imágenes. A la izquierda imagen de la Asunción, primera titular del retablo mayor.
7. Hornacina con reja románica que aloja una Inmaculada barroca.
8. Capilla de la Piedad. Levantada en el siglo XVI, alberga el grupo del Descendimiento, de estilo hispano-flamenco de
la primera mitad del siglo XVI, dentro de un retablo del siglo XVIII. Lienzos del siglo XVIII que representan un milagro de San
Francisco Javier y la leyenda del caballero Roque Amador.
9. Custodia procesional. Esbelta torre con tres cuerpos decrecientes, rematada en viril y cruz. Entre las más
antiguas de España, pieza excepcional de plata parcialmente dorada, fue realizada en estilo gótico en los talleres locales del
siglo XV, cuya marca (SANG) ostenta repetidas veces. En el cuerpo central, presenta, bajo doseletes, las figurillas de ocho
apóstoles, el central Santiago el Mayor. En el cuerpo superior, dos ángeles adoradores. La base octogonal de José Velázquez
de Medrano, año 1598, muestra alegorías eucarísticas del Antiguo y Nuevo Testamento. Ha figurado en diversas muestras como
la Exposición Iberoamérica en Sevilla, en 1929, la de Pamplona en 1920 y la de Madrid en 1986. Restaurada en 1997 por el
Ministerio de Cultura en Madrid.
10. Retablo de San Francisco de Javier. Neorrománico del siglo XX, en el que sobresale la talla del santo, obra probable
de Gaspar Ramos, del Taller de Sangüesa y pintura de la Anunciación, ambas del siglo XVII.
Texto: Gobierno de Navarra. Departamento de Industria y Tecnología, Comercio, Turismo y Trabajo.
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