Santuario de la Virgen de Casbas

Historia

La cruzada de Inocencio III contra los albigenses del Languedoc se desarrolló con un trasfondo político, en el que estuvo implicado Aragón. Los ejércitos cruzados que combatieron contra los herejes servían simultáneamente a la causa de los franceses del norte, los señores occitanos, cátaros o protectores de estos herejes, como igualmente luchaban por mantener su libertad frente al expansionismo de los Capetos.

El rey aragonés Pedro II, ante las presiones existentes y la cruzada papal que viene agitando al sur francés, no puede permanecer neutral. Los principales caudillos cátaros, el conde de Foix y Raimundo VI de Tolosa, entre otros, eran parientes próximos suyos y resulta comprensible el que reúna a los occitanos que viven en su reino y, junto con sus tropas, cruce los Pirineos y termine enfrentándose a Simón de Monfort, el jefe de la cruzada. En Muret se produce el enfrentamiento y nuestro rey aragonés, que ha regresado recientemente victorioso de Las Navas, muere defendiendo a sus parientes en la batalla a manos de las tropas de Monfort que gritan la consigna papal. “Matadlos a todos; Dios reconocerá a los suyos”.

Además de ser una dura derrota para los albigenses, fue igualmente el final de un proyecto acariciado por el rey aragonés: La creación de un gran reino a caballo de los Pirineos, con Provenza, Aragón, Cataluña y el Languedoc como partes integrantes.

A continuación arreciaría la persecución contra los cátaros, si bien muchos de ellos buscaron refugio en tierras aragonesas y catalanas. Jaime I utiliza estos inmigrantes occitanos y cátaros hacia sus empresas de reconquista y de repoblación. En la primera parte del siglo XIII y durante los años de mayor persecución de los cátaros en el sur de Francia, aparecen grupos incluso de estos herejes que se instalan en Aragón y siempre en las proximidades del Camino de Santiago, en las que confluían extranjeros, peregrinos y comerciantes.

Nos hallamos ante una época agitada que coincide con la llegada de la imagen de Nuestra Señora de la Villa de Ayerbe, y esto queda reflejado por todos los autores que han tratado el tema: “como una imagen procedente de Francia, del Condado de Tolosa, Salvada de las furias de los iconoclastas”.

Tres puntos que además son coincidentes, ya que los herejes cátaros no admitían las imágenes, muchos menos de la Virgen, y por lo tanto no es de extrañar que algunos de ellos, o de los mismos aragoneses, la trajeran aquí, encontrando tres motivos o posibilidades.

Por tener un “salvoconducto” perfecto contra las iras de los católicos.
Por justificar su salida al país vecino y haber luchado contra la Iglesia.
Por salvar una imagen de la Virgen Negra que tanto significó en aquellos tiempos por el continente europeo.

La imagen

Construida en madera, la sitúan todos los expertos en arte dentro de la primera época del siglo XII. Recibe la denominación del lugar de Casvas de Francia, pues el emplazamiento de su templo de Ayerbe se sitúa en la partida llamada de Quiraniello.

Virgen mayestática, que se mantiene erguida, en postura aristocrática, sentada en pequeña cátedra o asiento. El Niño sentado en el regazo sobre sus rodillas, las piernas de la Madre ligeramente separadas. La mirada de la Madre y del Hijo se dirigen exactamente al mismo punto, recto hacía delante. El rostro de la Virgen no refleja ni ternura ni compasión. Es noble, soberano, hierático, de un aspecto oriental inquietante. Produce casi la impresión de un ídolo bárbaro. Esta expresión difiere de las otras Vírgenes románicas porque su expresión es oriental, egipcia, faraónica....

Fue repintada, dándole el color de encarnadura, posiblemente en la restauración de su templo en 1700, o con más seguridad al dorar y encarnar el retablo en 1730 por el artífice Jerónimo Miguel del Río Torralba. Posteriormente se repintó después de su traslado en 1938 y en la última restauración de 1979.

El templo

El lugar donde se alza, se encuentra a 3 kilómetros hacia el mediodía de la población, en una partida conocida y frecuentada desde tiempos antiguos por antepasados precristianos. Además de hallarse en este lugar monedas ibéricas y romanas, se han extraído restos de inscripciones y el topónimo del enclave. Quiraniello, quizá debamos situar su etimología en “Quirinal-Quiraniello”, lugar de culto romano a Quiriano y Rómulo, de aquí los restos hallados de inscripciones.

Desde la primera edificación hasta nuestros días, el templo ha sufrido cambios en la estructura de su fábrica, pero no su orientación al oriente.

Construida con sillares regulares, es de una nave de cuatro tramos y capilla mayor, la cual en planta sólo se diferencia por una cancela de separación, contando todos los tramos con cubierta de lunetos que tienen vanos en el muro del mediodía. Coro a sus pies, en alto, sobre lunetos y tiene frente de arco de medio punto embebido en los muros. Recorre el recinto en su contorno un banco de madera apoyado en el muro.

Decoración monumental

Constituye por sí sola una de las facetas más interesantes y dignas de mención de este edificio, principalmente por su tremenda originalidad, así como por la enorme variedad de formas, figuras y colores que se despliegan ante los ojos del atónito visitante en copiosa y prolija decoración, que convierte este edificio en lo que ha sido dado en llamar “Capilla Sixtina del Altoaragón”.

Esta decoración pictórica es toda de una mano y fue realizada durante los años 1730 a 1732 por el artista Jerónimo Pedro del Río Dieste, quien sin rasgos ni atisbos de timidez plasmó una copiosa y prolija decoración que se desparrama por todo el interior del templo, respondiendo a dos concepciones temáticas diferentes: una vegetal, compuesta por tallos, flores y frutos, en combinación con otros elementos, como pueden ser rocallas, paños, tarjetones y tornapuntas, formando un conjunto de festones o colgaduras que se localizan en frisos, lunetos y arcos, mezclándose con gordezuelos "puttis", de cabellos rizados. Del mismo modo, la decoración figurativa que ofrece un programa iconográfico completo, presentando en hornacinas aveneradas pintadas las imágenes de San Lucas, San Mateo, San Pedro, San Pablo, San José, Santa Elena, San Valero, San Felipe de Neri, San Antonio Abad y el niño, San Quilez o Quirico, en el muro del evangelio; San Juan, San Marcos, San Joaquín, Cristo Crucificado, Santa Ana, Santa Leticia, San Francisco y Santa Lucía en el muro opuesto, todo ello con un buen dibujo que implica precisión y soltura. El colorido por otra parte, es el característico del momento, es decir, a base de colores primarios sin gran variedad en tonos intermedios que amortigüen los contrastes, por lo que cual podemos asegurar que nos encontramos frente a un tipo de decoración sencilla y popular, que por su irresistible encanto impacta ostensiblemente en la sensibilidad de cualquier visitante.