Quinqui, miembro de un grupo social marginado, dedicado tradicionalmente a la venta ambulante
o "buhoneria", frecuentemente desarraigado de una residencia estable y bordeando, las más de
las veces, los limites de la delincuencia; gentes trashumantes que, la mayor parte de las
veces, ni siquiera se inscribían en el Registro Civil y que carecían de toda documentación
legal, con lo que quedaban, por ello, exentos de cumplir con el servicio militar.
Habitualmente se les trata peyorativamente, como delincuentes contra la propiedad, que suelen
operar en pequeñas bandas.
Conocedores expertos de caminos, veredas y trochas, buscando las sendas menos frecuentadas,
muchas veces llegaron a confundirse con contrabandistas y maleantes, con los que en ocasiones
habrían de integrarse aún a su pesar, a lo largo de los siglos XVI y XVII.
Se trata de una minoría que prácticamente como toda minoría, se ha resistido a ser absorbida
por el resto de la población, siendo mantenido el deseo de segregación vivo, entre unos y
otros, sobre todo con su habitual práctica de la endogamia.
Con esta "minoría maldita" vamos a seguir la línea de investigación de D. Rodrigo Pitá Mercé,
que en su libro titulado "Lérida morisca", llega a la conclusión de que los quinquis, son
descendientes de moriscos que no acataron la orden de expulsión en 1609, y que para escapar
a la orden de expulsión, adoptaron una vida nómada y fuera de las estructuras del estado, y que
generación tras generación han llegado hasta nuestros días, con un estilo de vida propio,
partiendo de aquellos orígenes moriscos.
Muchos de los moriscos se quedaron en los pueblos por los que habían de pasar en su ruta de
exilio hacia la costa, dedicándose al nomadismo, para evitar el control de la justicia.
Se dedicaron a profesiones más o menos nómadas como vendedores ambulantes, artesanos
ambulantes, arrieros, buhoneros o recaderos, cambiando frecuentemente de residencia y viviendo
de hecho al margen de la ley, hasta prácticamente hace poco tiempo.
Ya antes del decreto de expulsión, los moriscos que por cuestiones religiosas, tenían muy
restringido el acceso a profesiones y oficios realizados por cristianos, se dedicaban a los
oficios de arriero, trajinero, recadero, recovero, vendedor ambulante, artesano ambulante o
muleros.
Se les tachaba de haraganes, mal hablados y hurtadores, desmandados de la vida social ordinaria;
sin embargo, se reconoce que, viviendo de un modo anómalo y heterodoxo, no dejan de ser buenos
trabajadores, cumplidores de su oficio, sin pereza para madrugar y caminar toda la jornada para
no perder una migaja de su ganancia. Su vida es, en sí, contradictoria y difícilmente
comprensible, si no se piensa que estaba motivada, en muchos casos, por otros parámetros
morales y étnicos.
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