Esta frase que ha pasado a la historia, se desarrolla en los acontecimientos encuadrados en la llamada
cruzada contra los cátaros, allá por el siglo XIII.
El catarismo fue una herejía que se extendió por la zona del Languedoc francés, y que tuvo uno de sus
puntos mas relevantes la ciudad de Albi, por lo que también se les llama albigenses. El nombre de cátaros
proviene del griego "katharos" que significa puros. El centro principal de esta herejía fue no obstante
la ciudad de Toulouse.
El catarismo pudo entrar en Francia de manos de los cruzados que en contacto con la filosofía oriental,
lo trajeron a Francia. Sus principios, al igual que ocurre con el maniqueísmo, se basa en dos principios
fundamentales el bien y el mal, el bien es el espíritu y el mal es lo material; es el llamado dualismo o
maniqueísmo.
Los cátaros no creían en la muerte y en la resurrección de Cristo, rechazaban el boato y la riqueza de
la iglesia católica y toda su parafernalia material, ya que lo consideraban creación del mal. Rechazaban
por tanto la misa, los sacramentos y al mismo Papa de Roma. Creían en la reencarnación. Eran reacios
a practicar la violencia y no comían carne ni cualquier derivado proveniente de un animal.
En el año 1208 el legado del papa de Roma Pedro de Castelanau, es asesinado y de su muerte es
acusado Raimundo VI, conde de Toulouse, reconocido hereje al cual el legado papal había excomulgado.
El papa Inocencio III proclama la
cruzada contra los cátaros, será el principio del fin de esta herejía que tendría su punto culminante con
la toma del castillo de Montsegur el dos de marzo de 1244, y la muerte en la hoguera de los
últimos cátaros.
En el curso de esta cruzada es donde se hizo famosa nuestra frase, la cual por cierto se sabe con
certeza que no es cierta ya que la misma fue citada un siglo después. Al igual que suele ocurrir con
los hechos históricos que pasan de boca en boca, hay diversas versiones sobre a quien atribuir la frase,
y en que circunstancias se produjeron, pero básicamente la historia se cuenta así:
Estando Simon de Monfort jefe de los cruzados sitiando la ciudad de Beziérs y ante la negativa de los cátaros
de entregarse, dio orden de tomar la ciudad. Alguien de entre su sequito le hizo notar que en el interior
de la ciudad además de herejes habían buenos cristianos que en nada tenían culpa, Simón de Monfort
consultó con el legado papal Arnaud Amairic, abad de Citeaux (Cister), y este le contestó: "Matadlos a todos,
que Dios, ya reconocerá a los suyos". Esto ocurría un 22 de julio de 1209.
El número de bajas varia según las fuentes, pero pudieron ser unos 17.000 hombres, mujeres, niños,
cátaros y no cátaros, la fama de Simón de Monfort era cierta.
En esta cruzada tuvieron un papel importante las tropas del rey de Francia Felipe II Augusto, el cual deseoso de
incluir entre sus dominios esta zona del Midí francés, que rendía vasallaje a la Corona de Aragón,
no dudó en maniobrar y manipular al papa para acabar con esta herejía, entre cuyos adeptos figuraban gran número de nobles de la zona
opuestos a las aspiraciones del rey de Francia. Política y religión se entremezclan en la historia, cosa
que por otra parte suele ser habitual en la vida.
A destacar que por esta época y para acabar con las herejías y principalmente con esta en particular,
el papa de Roma, ordenó la creación de la Santa Inquisición, que tanto papel jugaría en el futuro de
la historia.
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