La muestra "Faraones" se encuentra dividida en ámbitos temáticos que tratan los aspectos más
sobresalientes del antiguo Egipto a partir de una cuidada y exquisita selección de creaciones
artísticas procedentes del Museo de Antigüedades Egipcias de El Cairo, la colección egiptológica
más importante del mundo.
Señores de las Dos Tierras La exposición se inicia por una nutrida
galería de reyes, máximos responsables de una civilización sumamente jerarquizada. Diversas
representaciones de faraones y miembros de la familia real permiten realizar un recorrido
cronológico a los largo de la dilatada historia de Egipto. Es destacable el uso de una amplia
gama de materiales, que van desde las piedras mas blandas, como la arenisca y la caliza, hasta las
rocas mas duras, sobre las que los egipcios demostrarón una destreza excepcional a la hora de
tallarlas y pulirlas para conseguir obras destinadas a una clientela muy limitada.
La majestuosa imagen de Micerino, adelantada y de mayor tamaño de la diosa Hathor y la divinidad
del séptimo nomo del Alto Egipto, evoca el período en el que menos se cuestionó la naturaleza
divina del faraón. En las dos últimas dinastias del imperio Antiguo, Neferefre y, sobre todo,
Teti, asistierón al proceso por el que poco a poco el poder de Egipto dejó de estar de forma
absoluta en manos de la monarquia ante la pujanza del clero y la nobleza provincial.
El rostro sobrio de Sesostris III, alejado de la frecuente idealización aplicada a este tipo
de creaciones, se ha de situar en un momento más "humanizado" tras la triste experiencia vivida
durante el primer periodo intermedio.
Tuthmosis III, en perfecto equilibrio con el dios nacional, Amón, hizo que el reconocimiento
del poder de Egipto llegara a su máxima expresión territorial, durante del Imperio Nuevo.
Una boyante situación económica, no exenta de pugnas internas entre clero y monarquía, la
extenuación de las posibilidades de creación artística, acotadas por rigidos covencionalismos
y normas, y la singularidad, en muchos aspectos, del rey Amenhotep IV/Akhenaton, son las
principales razones que pueden explicar el apasionante periodo amarniense; una etapa que los
propios egipcios, a partir de Tutankhamon, intentarían borrar de la historia, sin conseguirlo.
Que los rasgos reproducidos en las representaciones de Akenathon reflejen la verdadera imagen del
monarca o que sean el resultado de la definición de un ser hibrido que participa simultaneamente
de lo masculino, y lo femenino y lo divino, es una cuestión que concentra gran parte de los
múltiples debates suscitados por este controvertido personaje y su época.
Ramsés II, en la forma colosal de la que sólo algunos faraones hicierón gala, no podia faltar
a un repertorio tan solemne; su imagen y su nombre son la personificación y el espiritu de
Egipto. Por último, la figura en bronce de un faraón anónimo arrodillado, es el fiel reflejo
del crepuscúlo de una civilización que vivió sus ultimos momentos en clara situación de
inferioridad frente a la pujanza de diferentes potencias extranjeras.
Destellos de un esplendor pasado El ámbito dedicado a la joyeria
es un complemento del anterior, ya que los objetos expuestos pertenecierón mayoritariamente
a faraones y a miembros de la familia real. Oro, lapislázuli, cornalina y feldespato, como
materiales lujosos, e incrustaciones de pasta vítrea, como recurso más económico que los
primeros, se combinarón para la fabricación de objetos cargados de belleza, valor y magia. Las
producciones del Imperio Nuevo están bien representadas por dos obras procedentes de Dahshur; en
el mango de la daga, la perfección con que fuerón ajustados los diferentes elementos que
forman la composición, es una muestra de la inigualable ejecución técnica lograda por los
artesanos de la dinastia XII; en el cinturón de Sat-Hathor, lo sencillo de su diseño es
precisamente su principal virtud, si se compara con la sobrecarga de motivos apreciable en obras
contemporanéas y, sobre todo posteriores.
Los trabajos que Pierre Montet realizó en el yacimiento arqueológico de Tanis entre 1929 y 1940,
culminarón con el descubrimiento de tres tumbas reales intactas de las dinastias XXI y XXII. Faraones
y otros personajes de la corte tanita, perfectamente equipados para su vida eterna con
numerosos y ricos objetos funerarios; un fabuloso hallazgo que pasó desapercibido ante la
inminencia de la Segunda Guerra Mundial. Afortunadamente, exposiciones como ésta, contribuyen
a rememorar este episodio egiptológico y dar a sus hallazgos la importancia que se merecen. A
estas tumbas pertenecen dos pectorales, uno de Psusennes I y otro de su sucesor Amenemopet; el
corazón de lapislazuli colgado de una cadena de oro; uno de los brazaletes hallados en la momia
de Shesonq II (aunque el nombre que tiene escrito es el de su ilustre antepasado Shesonq I,
fundador de la dinastia XXII); además de la cobertura de momia expuesta en el último ámbito,
hallada sobre la momia de Psusennes I. En cualquier caso, el período de crisis en el que viven
estos monarcas, repercute en la calidad y la riqueza material de las obras, sensiblemente
inferiores a sus predecesoras.
Altos dignatarios en una sofisticada sociedad Resultaría simplista,
además de poco acertado, atribuir el mérito de toda una civilización al faraón,a pesar de su
jefatura absoluta en los aspectos religioso, económico, legislativo y militar, como ámbitos más
importantes. El correcto desarrollo de las diferentes facetas del estado egipcio, exigió desde el
primer momento una cuidada y precisa organización en la que cada habitante del Nilo tenía
asignada una función especifica; campesinos, artesanos, soldados, escribas, funcionarios de la
administración de diferentes escalafones, militares de carrera, jueces, sacerdotes, son también
protagonistas de su propia historia.
La inclusión de estatuas de personajes humildes en tumbas de altos dignatarios podría interpretarse,
dado el poder mágico que los egipcios atribuian a estas representaciones, como una concesión por
parte del propietario de la tumba hacia sus servidores, que tendrían la posibilidad de
compartir con él la vida eterna; lástima que el anonimato, por la falta de nombre y lo
estereotipado de sus rostros, más bien lleve a concluir que lo único que pretende el ilustre
difunto es garantizarse el suministro de productos necesarios para la propia subsistencia (pan
y cerveza en este caso).
Mucho más abundantes, lógicamente, son las estatuas de personajes de alto rango, en realidad
los únicos que junto al faraón y los dioses se lo pudierón permitir. En los ejemplares del
Imperio Antiguo, procedentes de contextos funerarios, el uso mayoritario de una piedra
relativamente fácil de trabajar como la caliza, es un claro diferenciador de estatus si se
compara con los materiales de mayor dureza y dificultad de obtención, comunes en la estatuaria
real; la definición material de una época en la que las prerrogativas del faraón y su círculo
más inmediato se detectan a todos los niveles. Ello no impide, ni mucho menos, recrearse en la
expresión de tranquilidad, confianza y placidez con la que hombres, mujeres y niños, de manera
aislada o en grupo familiar, se representan en vida; la mejor imagen para ser tomada como
modelo para la eternidad.
De otros contextos históricos y arqueológicos proceden el resto de las estatuas, que reflejan
los formatos más utilizados en este tipo de manifestaciones: personaje oferente, estatua-cubo
y personaje en forma de escriba. Las dos últimas fuerón halladas, acompañadas por cerca de
ochocientas obras más, en la célebre cachette del templo de Amón, en Karnak, vaciada entre
1903 y 1905 por el egiptológo francés Georges Legrain; además del faraón, sólo algunos
privilegiados pudierón incluir su imagen en el interior de los recintos dedicados al culto
divino.
Especial atención ha de prestarse a dos obras bien diferentes. La primera de ellas es una
representación del visir Paramessu, un militar que sirvió al faraón Horemheb (cuyo nombre puede
leerse sobre la figura) y que fué elegido por éste como sucesor; el futuro Ramses I, sin
vinculación familiar con un reciente y turbulento pasado, se encargará de aportar sangre nueva
al trono de Egipto. Su efimero reinado fué seguido por el de Seti I, su hijo, y Ramses II, su
nieto, los dos últimos momentos de gloria de la civilización egipcia. Si la pieza anterior
es un ejemplo de la proyección máxima a la que podía aspirar un egipcio en el mundo terrenal,
la apoteosis de Imhotep agota tada posibilidad de aspiración; el arquitecto, escultor, canciller
y Primero despues del rey, Gran Sacerdote de Heliópolis, al que se atribuye la construcción de
la primera pirámide egipcia, la de Dyesert, en Saqqara, reunió sufientes meritos como para ser
ascendido a la categoría de dios, aunque ello ocurriera durante la dinastia XXVI, unos dos mil
años despues de su muerte.
La cosmetica y el cuidado del cuerpo son, quizás, los aspectos que mejor ejemplifican el grado
de sofisticación alcanzado por la civilización egipcia. Se han conservado productos y fórmulas
para la fabricación de cosmeticos, así como una variada gama de objetos destinados a la
preparación, aplicación y almacenamiento. Dos de las materias primas más utilizadas para la
ealización de los complementos, fuerón la grauvaca, mal llamada esquisto y el alabastro, piedras
cuya textura y color simbolizan la vida y la pureza, respectivamente. La frecuente aparición
de figuras animales en estos delicados y lujosos objetos, ya desde el predinastico, y con
continuidad manifiesta en épocas posteriores, aún no ha encontrado una explicación satisfactoria
que lo justifique.
Dioses y mitos Diversas representaciones divinas en forma humana
y animal ocupan el siguiente ambito. El dios nacional Amón-Ra, con su doble presencia, denota
la importancia que a todos los niveles desempeñó en la civilización egipcia a patir del Imperio
Nuevo. En torno a su imagen de desarrolló en Karnak una de las mayores estructuras de culto de
la humanidad; en este caso, dos faraones emblemáticos como Tuthmosis III y Amenhotep III le
presentan ofrendas. La tríada osiriana, rememora el drama divino en el que los seres humanos
basarón sus espectativas para con el Más Allá; también el faraón, a través de su identificación
con Horus, hijo y heredero de Osiris, el relato mitológico le valió como sólido argumento de
legitimación en cuanto a su posición como gobernante de los egipcios.
Una impresionante figura en bronce de la diosa Sekhmet, completa, con Anubis, el elenco de
divinidades mixtas de este apartado, dos representaciones que muestran la armonía y el
naturalismo con que se supierón combinar el cuerpo humano y sus complementos (pelucas, coronas...),
con cabezas de diferentes especies animales.
Seres dañinos como el escorpión, la serpiente, o el cocodrilo, fuerón asociados a diferentes
entidades divinas y convertidos en objeto de culto, a fin de conjurar su peligro o dirigir su
poder en pro del ser humano. La cobra, junto al buitre, fué incluso uno de los protectores
y simbolos de la monarquía.
El babuino, de caracter exótico durante la mayor parte de la historia faraónica, fué considerado,
junto al ibis, como una manifestación del dios Thoth, escriba de los dioses. A dos especies
domesticas, el gato y el toro, corresponden dos de los cementerios de animales más importantes
del antiguo Egipto, localizados respectivamente en Bubastis y Saqqara; miles de estatuillas de
animales sagrados halladas en depósitos votivos de los templos, muestran la devoción especial que
los egipcios expresarón ante éstos durante las útlimas dinastías.
Estelas Las estelas funerarias (localizadas en tumbas), votivas
(depositadas en templos), o de ámbito domestico, como funciones y contextos más comunes, plasman,
como ninguna otra producción del antiguo Egipto, la necesidad de comunicación entre el mundo de
los vivos y la dimensión habitada por los dioses y los divinizados difuntos. La inseguridad
de los mortales ante una pretendida vida eterna es la causa de que Osiris sea el protagonista
habitual de las estelas, y Abidos, santuario principal de esta divinidad, el lugar de procedencia
de muchas de estas producciones. En este auténtico centro de peregrinación, efectivamente, han
sido halladas miles de ellas y hasta tumbas simbólicas, o cenotafios, que no hacen más que
confirmar la popularidad y el fervor religioso que concentró, como ningún otro, el dios de los
muertos. Es especialmente conmovedora la estela en la que un hijo se preocupa por el suministro
de alimentos que su padre precisa en el Más Allá.
Junto a Osiris, el dios solar, en sus diferentes aspectos, también goza de una presencia
significativa. El astro rey define con su salida y su ocaso diarios, un circuito cósmico por el
que suceden infinita y repetidamente la vida y la muerte; la demostración de un poder del que
sólo una pequeña porción bastaría al ser humano para colmar sus aspiraciones. Con este aspecto
mitólogico se ha de relacionar el piramidón, monumento utlizado como remate de las capillas
piramidales privadas del Imperio Nuevo; sus cuatro caras solían contener textos dirigidos hacia
la divinidad solar.
Amón-Ra, en forma de carnero, es el destinatario de las oraciones de Bay, un artesano de
Deir-el-Medineh que dirige sus suplicas hacia tres pares de oidos; un recurso tan sumamente
expresivo y práctico como inverosimil, utilizado para propiciar la comunicación con el dios.
Moradas de eternidad La última sección de la muestra "Faraones",
ofrece al visitante la posibilidad de contemplar obras concebidas para su ubicación en la intimidad
de las cámaras sepulcrales y para el uso exclusivo por parte del habitante de la tumba. Sarcófagos,
ataudes y vasos canopes tenían la función de proteger el elemento más importante de la tumba,
el principal soporte fisico para garantizar la continuidad vital al permitir la reintegración
de los componentes espirituales del difunto: el cuerpo. Esta necesidad de conservación generó el
desarrollo de técnicas de momificación que se aplicarón de manera más o menos sofisticada en
función de los recuersos del personaje. En cualquier caso, los órganos fácilmente putrescibles
eran retirados e introducidos en los vasos canopes, mientras que el resto del cuerpo, una vez
momificado pasaba a estar bajo la tutela del "Señor de la Vida", un epíteto frecuentemente
utilizado para referirse a ataudes y sarcófagos. La cobertura hallada sobre la momia de
Psusennes I en Tanis, contrarresta la endeblez de su estructura con la fortaleza simbólica del
oro (material eterno por excelencia), los textos mágicos y el poder protector del carnero alado.
A pesar de que la vida en el Mas Allá comportaba la realización de actividades identicas a las
experimentadas en el mundo terrenal, el hecho de que los cadáveres estuvieran tendidos en el
suelo, en realidad, durmiendo o descansando, es una posible causa para justificar la frecuente
aparición de reposacabezas en las dependencias funerarias, uno de los objetos que constituian
el equipamiento básico de una tumba egipcia.
Recipientes de formas, materiales y funciones diversas suelen representar un porcentaje alto de
los objetos hallados en las tumbas. A lado de cerámica que suelen contener vino, cerveza o agua,
figuraban los vasos de piedra, un producto lujoso dada su dificultad de fabricación y su uso,
principalmente, como contenedores de selectivos productos cosmeticos.
Es un verdadero privilegio contar con una muestra representativa del equipamiento funerario de
Yuya y Tuya, padres de la reina Tiy, esposa principal de Amenhotep III y una de las mujeres
más notorias e influyentes de la historia de Egipto. La importancia y el prestigio del Comandante
de Carros, Yuya, y de su esposa, les permitió ser admitidos en un cementerio privilegiado, el
Valle de los Reyes. A pesar de los diferentes robos que la tumba sufrió durante el Imperio Nuevo,
Theodore Davis y su equipo de arqueólogos quedarón deslumbrados en 1905 ante la riqueza de su
contenido; unos robos que pudierón ser los causantes de la desaparición de la parte sonora del
sistro, realizada en metal. La máscara de Yuya es uno de los pocos ejemplos de este tipo de
objetos pertenecientes a personajes de alto rango con que cuenta la arqueológia egipcia; fué
hallada sobre la excepcionalmente conservada momia de su dueño, en lo más profundo de un
dispositivo formado por tres ataúdes y un sarcófago, contenido el mas pequeño en el interior de
otro mas grande y así, sucesivamente. En 1996 tras los trabajos de restuaración que repararón los
desperfectos ocasionados por los saqueadores, esta obra de arte fué expuesta por primera vez,
en el Museo Egipcio de El Cairo.
Diecinueve ushebtis (catorce para Yuya, cuatro para Tuya, y uno anónimo), constituyen el elenco
de servidores funerarios que estos personajes dispusierón para su vida eterna. La calidad
extrema del trabajo de talla en el ushebti de Yuya, apreciable también la figura funeraria de
Piay, es característica y factible en una época en la que estas figuras se incorporaban a las
tumbas privadas en número reducido, a diferencia de periodos posteriores en los podian llegar a
superar los tres centenares. El ataúd en miniatura, con una detallada representación del ba o
alma y la caja con triple compartimento, donde aparece el difunto dirigiendo sus oraciones a
Hathor y a Osiris, muestran dos de las soluciones para contener, individual o colectivamente,
los ushebtis.
Una pieza procedente de la tumba de Tuya y Yuya, el amuleto del pilar Djed, simbolo de
estabilidad y regeneración asociado a Osiris, fué dotada con suficiente carga mágica como para
resumir y cerrar gran parte del contenido de esta exposición y del deseo más profundo de
los antiguos egipcios: la perpetuidad de su memoria en el tiempo.
Luis Manuel Gonzálvez
Fundació Arqueológica Clos
Museo Egipci de Barcelona
Texto y fotos: Folleto de la Exposición
La gran muestra de arte egipcio, que puede verse en el Almudin, recorre buena parte de la
historia de la civilización egipcia a traves de 86 piezas procedentes del Museo de
Antiguedades Egipcias, considerada como la colección egiptológica más importante del mundo.
Se trata de un recorrido de largo alcance, en cualquier caso. Y no solamente por el valor de
las piezas expuestas, sino por el período que alcanza. Las piezas que componen esta ambiciosa
exposición -seleccionadas por el prestigioso Museo de El Cairo- abarcan los periodos que van
del Dinástico antiguo (3150 ac) al Ptolomeico (30 ac), es decir, algo más de tres milenios
representados a través de importantes y significativas muestras del arte egipcio.
Dividida en seis apartados que reflejan diversos ámbitos del antiguo Egipto, "Faraones" supone
un éxito desde el punto de vista organizativo y expositivo. "Señores de las dos Tierras",
"Destellos de un esplendor pasado", "Altos dignatarios de una sofisticada sociedad", "Dioses
y mitos", "Estelas" y "Moradas de eternidad" dan cuenta del esplendor pretérito de una
civillización que vivió sus mejores tiempos cuando los faraones gobernaban sobre un sociedad
fuertemente jerarquizada.
El primero de ellos, Señores de las Dos Tierras, muestra una galería de reyes. La figura del
rey o faraón era la máxima autoridad en una sociedad estructurada jerarquicamente. En este
apartado encontramos las imágenes de Micerino que reinó en una época en que apenas se
cuestionó el poder real, Neferefe y Teti quienes reinarón en períodos en que Egipto fué
paulatinamente perdiendo poder real en beneficio de la nobleza provincial y el clero o la de
Tuthmosis III que supo llevar a Egitpto a su máxima expresión territorial.
En el segundo apartado, que lleva por título, Destellos de un esplendor pasado, encontramos
joyería, mayormente de la familia real, así que, de algún modo, éste viene a ser complementario
del primero, donde, como dijimos, se exhiben los bustos reales.
Los materiales son el lapislázuli, el oro, la cornalina y el feldespato, además de incrustaciones
de pasta vítrea, elementos todos ellos que, combinados, dierón algunas de las más bellas piezas
de joyería que se hallan podido contemplar.
Especial atención debemos otorgar al mango de la daga y al cinturón de Sit-Hathor, los pectorales
de Psusenes I y Amenemopet, además del corazón de lapislázuli colgado de una cadena de oro, un
brazalete hallado en la momia de Sesonquis II, sin olvidarnos de la cobertura de momia que se
encontró en la momia de Psusenes I. Siguiendo el recorrido, llegamos al tercer apartado de la
exposición, el cual está dedicado a los Altos dignatarios de una sofisticada sociedad. Aquí
encontramos estatuas de personajes de alto rango, ejemplares provinientes del Imperio Antiguo,
de la cachette del templo de Amón, que hallara a comienzos del siglo XX el egiptólogo Georges
Legrain. Cabe destacar dos representaciones en este apartado; por un lado, la del visir
Paramsés; por otro, la de Imhotep, a quien se atribuye la construcción de la primera piramide
egipcia.
En Dioses y Mitos, se presta especial atención a las representaciones divinas. En este apartado
se han dispuesto obras en forma humana y animal, que tuvierón, muy especialmente estas últimas,
un papel realmente importante en el culto. Representaciones de escorpiones, serpientes o
cocodrilos, además de piezas destacadas como una figura en bronce de la diosa Sejmet, podemos
encontrarlas en nuestro recorrido por esta sala. Las estelas funerarias, vótivas o de ámbito
doméstico constituyen las piezas exhibidas en Estelas, el siguiente paso en nuestro recorrido
por Faraones. Las estelas son monumentos conmemorativos qu se colocaban en el suelo, fruto de la
necesidad que tenían los egipcios de comunicarse con los dioses. En estas estelas aparecen con
frecuencia los dioses Osiris y Amón-Ra.
Al fin, en Moradas de Eternidad llegamos al final de nuestro recorrido, un apartado, éste, en el
que se recogen obras concebidas para su ubicación en las cámaras sepulcrales. Los sarcófagos,
ataúdes y vasos canopes cumplían una función determinante: la de proteger el cuerpo. Entre las
piezas más destacadas, encontramos aquí una cobertura de momia de Psusenes I en Tanis, además de
una muestra del equipamiento funerario de Yuya y Tuya, padres de la reina Tiy, una de las reinas
más influyentes de Egipto, esposa de Amenhotep III.
Texto: Ricardo Julve en la Revista Concejalia de Cultura Ayuntamiento de Valencia.
Fotos: Revista de la Concejalia de Cultura del Ayuntamiento de Valencia.