Los hamachas, fue una tribu implantada en Marruecos en la zona de Asila y Mekines, procedentes de Turquía.
Para entender esta secta vale leer estas lineas:
En los mussem o romerías, la ortodoxia islámica deja paso a un cóctel entre animismo preislámico y sufismo.
Los hombres y las mujeres se entregaban al frenesí de la música y la danza que les conducía a un estado de trance,
en este estado las hachas (en un ritual dantesco y sangriento se lanzaban al aire y se paraban con la cabeza).
Para los participantes agotamiento y éxtasis son inseparables.
Fantasías a caballo, correr la pólvora, penetrante música, bacanal ...
En esos días se permitía todo, de día espectáculos a cielo abierto y de noche lujuria y desenfreno hasta el amanecer, bajo el
amparo de las suntuosas jaimas que se instalan generalmente en las afueras de los núcleos urbanos y cerca de la tumba del santo.
La mayoría de estas celebraciones se organizaban entre primavera y otoño.
Los mussem anuales, tenían a la vez una función comercial y religiosa, coincidiendo en muchos lugares con mercados importantes
de ganado y otros productos.
Algunos ritos se realizaban un poco alejados de las miradas de los no iniciados y las autoridades, que no aprobaban lo
que consideran restos de un barbarismo atávico.
Las cofradías de los hamacha, Aisawa o Jilala, retaban a las fuerzas de la naturaleza en pleno trance.
Comer escorpiones, cristales rotos, beber agua hirviendo, ordalías de fuego y puñales, hachas, todo esto se hacía en estas ceremonias.
Cada hermandad tenía una música perfectamente reconocible por cualquier miembro de ella.
Los adeptos desde la infancia integraban en el subconsciente estos ritmos y los ritos asociados, así cualquier miembro
de ellas siente una irresistible llamada cuando escuchaba su música, abandonaba todo y ser personaba en el
escenario donde con una facilidad increíble entraba en trance.
Vicente Ballarin. Museo Etnógrafico de Roda de Isábena
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