Esta historia que vamos a contar es en realidad un cuento que hizo famoso el danés Hans
Christian Andersen, allá por el año de nuestro Señor de 1837 y lleva por titulo "El traje
nuevo del emperador".
No se sabe con certeza si la historia contada es original del cuentacuentos danés o este
la recogió de una historia de nuestro inefable infante don Juan Manuel en su libro El Conde
Lucanor (capitulo XXXII) allá por el siglo XIV.
Nosotros y por aquello de hacer patria vamos a entremezclar las dos historias para resumir
en una sola; aquella fábula y la moraleja que de ella hay que sacar, aunque haciendo hincapie
en la versión española. Hagamos notar que el cuento que relatamos es bastante más
largo que lo que aquí vamos a contar y la moraleja distinta a la que nosotros planteamos.
Nuestra versión libre del cuento dice así:
Hasta la misma persona de un rey, llegaron dos charlatanes que se decían a si mismos sastres
o tejedores.
Afirmaban que eran capaces de elaborar las mejores telas, los mejores vestidos y las mejores capas que ojos
humanos pudieran haber visto, sólo exigían que se les entregase el dinero necesario para
comprar las telas, los bordados, los hilos de oro y todo lo necesario para su confección.
Ahora bien dejaban bien entendido que tales obras sólo era posible verlo por aquellas
personas que realmente fueran hijos de quienes todos creían que era su padre, y solamente
aquellas personas cuyos padres no eran tales no serían capaces de ver la prenda.
Admirose el rey de tan maravillosa cualidad y otorgó a los charlatanes todo aquello que
estos solicitaban y encerrados en una habitación bajo llave, simulaban trabajar en confeccionar
ricas telas con las que hacer un traje para el rey, y que este pudiera lucirlo en las
fiestas que se acercaban.
Curioso el rey de saber como iba su vestimenta, envió a dos de sus criados a comprobar como iban
los trabajos;
pero cual fue la sorpresa de estos cuando a pesar de ver como los picaros hacían como que
trabajaban y se afanaban en su quehacer, estos no podian ver el traje ni las telas.
Obviamente supusieron
ambos que no lo podían ver porque realmente aquellas personas que ellos creían sus padres no
lo eran y avergonzados de ello, ni el uno ni el otro comentaron nada al respecto y cuando fueron
a dar explicaciones al rey se deshicieron en loas y parabienes para con el trabajo de
los picaros.
LLegado el momento en que el vestido estuvo terminado, el rey fue a probárselo pero al igual
que sus criados no conseguía ver el traje, por lo que obviamente cayó en el mismo error en que
ya habían caído sus criados y a pesar de no ver vestido alguno, hizo como si se probase el
vestido alabando la delicadeza y belleza del vestido. Los cortesanos que acompañaban al rey presa de
la misma alucinación también se deshicieron en alabanzas con el vestido a pesar de que ninguno
de ellos era capaz de ver el vestido. Y es que conocedores todos de la cualidad del mismo, de
que sólo aquellos que fueran hijos verdaderos de los que creían sus padres, solamente
ellos serían capaces de contemplar el vestido, y no queriendo nadie reconocer tal afrenta
todos callaron y todos afirmaron, desde el rey hasta el último de los criados.
LLegado el día de la fiesta, el rey se vistió con el supuesto vestido y montado en su caballo
salió en procesión por las calles de la villa, la gente también conocedora de la rara cualidad
que tenía el vestido callaba y veía pasar a su rey, hasta que un pobre niño de corta edad,
inocente donde los haya, dijo en voz alta y clara "el rey va desnudo".
Tal grito pareció remover las conciencias de todos aquellos que presenciaban el desfile, primero
con murmullos y luego a voz en grito todos empezaron a chismorrear "el rey va desnudo", ... "el
rey va desnudo"; los
cortesanos del rey y el mismo rey se dieron pronto cuenta del engaño y es que realmente el
rey iba desnudo.
Cuando fueron a buscar a los picaros al castillo, estos habían desaparecido con todo el
dinero, joyas, oro, plata y sedas que les había sido entregado para confeccionar el vestido del
rey. El engaño había surtido efecto y el rey iba desnudo.
De este cuento podemos deducir varias moralejas: una de ellas la inocencia de los niños que
como se suele decir siempre dicen la verdad, y de otra que no por el hecho de que una mentira
sea aceptada por muchos; tenga que ser cierta.
|