Según la Real Academia de la Lengua Española, un confesonario es, "un recinto aislado dentro del cual se coloca el sacerdote para oír las confesiones sacramentales".
Una confesión sacramental grosso modo quiere decir que después que el sacerdote ha escuchado los pecados (transgresiones de un precepto divino), por
el poder que le ha transmitido
la divinidad, puede perdonar estos. Esta afirmación está recogida en algunos pasajes bíblicos y en particular en el evangelio de san Juan:
"Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos". El lugar habitual donde se realiza
este sacramento recibe el nombre de confesonario.
La historia de los confesonarios o confesionarios que por cualquiera de ambas formas son conocidos y admitidos por la RAE, es harto curiosa e interesante.
En los primeros tiempos del cristianismo, las confesiones se hacían de manera pública y en alto delante de la comunidad de fieles.
En la medida en que el cristianismo se extendía, se abría y se permitía el culto en la sociedad romana,
surge la figura del sacerdote como la única persona autorizada para perdonar los pecados, siguiendo la ortodoxia cristiana emanada de los pasajes bíblicos.
Nace así la confesión personal entre el fiel y el sacerdote, en un principio esta se podía hacer en cualquier lugar, podía ser paseando, en una casa particular, debajo de un
árbol, etc., siempre de manera personal e íntima.
Con la generalización de los templos como lugares de culto, el sacramento de la confesión pasó de realizarse en el exterior, al interior del templo. El sacramento se realizaba
de igual manera, una conversación personal entre el fiel y el sacerdote. Lo habitual era que el fiel se arrodillara delante del sacerdote, mientras este permanecía sentado y que
ambos permanecieran en posición frontal; como
nos podemos imaginar estas posiciones resultaban un tanto curiosas, sugerentes, incomodas o sospechosas (dejemos que cada uno elija el adjetivo) y
además la cosa se ponía más interesante (si cabe) si el pecador no era tal, sino que era pecadora.
En 1215 en el 4º concilio de Letrán (en Roma), se estableció la obligatoriedad del sacramento de la confesión, al menos una vez al año.
Como es de suponer este estado de cosas dejaba
poco lugar a la ejemplaridad, por lo que las confesiones en ocasiones acababan con tensión sexual y ni te cuento, las penitencias. En el siglo XIV y para acabar con estas situaciones, se
hizo obligatorio la utilización del confesonario, como un habitáculo donde se encerraba el sacerdote y los pecadores o fieles se situaban al exterior lo que de alguna manera evitaba
una cercanía peligrosa y tentadora.
El confesonario prácticamente ha mantenido su estructura desde entonces, en la parte frontal se sitúan los hombres mirando y hablando frente a frente con el sacerdote, el pecador de
rodillas y el sacerdote sentado, esta posición de dos hombres frente a frente se consideraba que no entrañaba tanta tensión sexual como si fuera una mujer. Con la existencia de
una pequeña portezuela delante, se evitaba que la posición arrodillada del penitente diera equívocos con la posición sedente del sacerdote.
El acto sacramental con una mujer era algo más complicado, debido al tamaño diminuto del confesionario, el sacerdote tiene que permanecer de frente, por lo que la confesión de la
mujer se hace desde un lateral del confesionario lo que evita que ambos, sacerdote y mujer se encuentren frente a frente. Además se impuso la colocación de una celosía que
de alguna manera ocultaba el rostro de la mujer a la vista del sacerdote, lo que redundaba en una disminución de la tensión sexual.
En la actualidad, el sacramento de la confesión se está perdiendo, aunque todavía se mantienen los confesonarios, cada día menos. En ocasiones es posible ver al sacerdote y al fiel
hablando amigablemente en el banco de la iglesia, recibiendo el sacramento de la penitencia de una manera más natural, como se debía de hacer en los primeros tiempos
del cristianismo.
Como final podemos contar una historia que se cuenta sobre la reina Isabel la Católica. A la muerte del confesor de la reina, fray Tomás de Torquemada, eligió como nuevo
confesor a fray Hernando de Talavera (* Talavera de la Reina, Toledo 1428 † Granada 14-05-1507) de la orden de los jerónimos.
Al comenzar por primera vez el sacramento, el fraile le dijo a la reina que se arrodillara, ante lo
cual, Isabel la Católica expresó su negativa ya que era la reina
y que hasta entonces siempre había sido el confesor el que se arrodillara ante ella, fray Hernando de Talavera le contestó: "Majestad, aquí vos, solo sois una pobre pecadora"; y
la reina se arrodilló ante el fraile.
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