La historia de Catalina, santa de origen oriental que murió en el siglo IV en Alejandría,
fue popularizada en Occidente por la "Leyenda Dorada", una célebre recopilación de vidas de
santos escrita en latín en el siglo XIII por el dominico genovés Santiago de la Vorágine.
Catalina nació en el seno de una familia ilustre, ya que, según la tradición, era de sangre
real. Ya desde niña se había entregado al estudio de las artes y las ciencias, adquiriendo
con el tiempo extensos y profundos conocimientos en estas materias.
Maximino II, que compartía por entonces la corona imperial con Constantino el Grande y
con Licinio, había elegido la ciudad de Alejandría como capital de su parte del Imperio.
Pronto inició la persecución de los cristianos y ordenó la matanza de todos aquellos que se
negaran a ofrecer sacrificios a los dioses.
Catalina, que se había convertido al cristianismo, se presentó ante el emperador, mantuvo
con él una larga digresión sobre las verdades de la fe cristiana, y se negó a adorar a los
dioses. Más tarde, en público debate, confundió con sus argumentos a cincuenta sabios paganos,
por lo que es considerada patrona de la Filosofía.
Tras una serie de avatares, la Santa fue finalmente condenada a sufrir una terrible tortura.
El emperador ordenó que fuera colocada entre cuatro ruedas cuajadas de agudísimos clavos y de
pequeñas sierras dentadas, con la idea de que dos girasen en un sentido y las otras dos en
sentido contrario; de esta forma Catalina, colocada en medio, quedaría destrozada. En el
instante en que se puso en funcionamiento tan siniestro aparato, un ángel hizo saltar las
ruedas, con tal fuerza, que, al dispersarse los fragmentos, mataron a cuatro mil espectadores,
todos ellos paganos. Santa Catalina murió finalmente decapitada en el año 307 y su cuerpo
fue transportado por los ángeles al monte Sinaí.
Sus atributos específicos son: una rueda rota con púas aceradas en recuerdo de su tormento,
la espada con la que fue decapitada, un libro y una corona que aluden respectivamente a su
sabiduría y a su estirpe real. La palma sobre el libro, que aquí la acompaña, es atributo
generalizado de los santos mártires.
Esta Santa Catalina ha sido considerada unánimemente por la crítica como una de las figuras
más bellas del Renacimiento español. Fue realizada por Fernando Yáñez de la Almedina, un
pintor castellano que trabajó un tiempo en Valencia en la primera mitad del siglo XVI, y al
que se le supone una primera formación en Florencia, tal vez en el taller de Leonardo da
Vinci.
Yáñez la representa en pie, sosteniendo la espada que apoya sobre un fragmento de la rueda
de su fallido martirio. La rotunda verticalidad de su figura queda contrarrestada por el
suave movimiento de sus brazos y la ligera inclinación de su cabeza. Va ataviada con una
túnica bordada con letras cúficas, de procedencia morisca, y adornada con ricas joyas que
revelan su alto linaje.
Su noble figura, coronada por su suave y dulce rostro de raíz leonardesca, se perfila
ante un alto muro de diseño clásico rematado por una cornisa sobre la que descansan
la palma, el libro y la corona. En la parte alta de la composición se erige el
bloque de un edificio de ladrillo visto en perspectiva.
Se desconoce para quién fue pintada esta tabla. Sí se tiene constancia de que, ya en el
siglo XVIII, fue comprada en Valencia a la familia Creixell por el grabador
Vicente Peleguer. Pasó luego a la colección del marqués de Casa Argudín, quien
la llevó a Cuba, y, tras su regreso a España, la conservó en su domicilio de Madrid.
En 1923 estuvo expuesta en el Museo del Prado, y en 1946 fue adquirida a los herederos del
marqués de Casa Argudín por el Ministerio de Educación Nacional.
Texto y foto: http://museoprado.mcu.es
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