El hermoso lienzo aquí expuesto constituye una de las obras maestras de Evaristo Muñoz, notable
pintor valenciano del barroco decorativo cuyo estilo denota claramente la influencia de los grandes
maestros del período, singularmente Acisclo Antonio Palomino y del napolitano Luca Giordano, autor
aquél de las más vastas decoraciones al fresco realizadas en Valencia, las pinturas de las bóvedas
de la Iglesia de los Santos Juanes – casi destruídas en 1936 – y de la capilla de la Virgen de los
Desamparados, además de otras composiciones menores. El pintor Evaristo Muñoz, de azarosa y
novelesca biografía, fue autor de una vasta y apreciable obra, caracterizada por la fusión de la
técnica y el colorido terroso, fruto de la tradición pictórica naturalista de la etapa anterior, con las
novedades del más desaforado barroquismo, expresado con gran energía y espectacularidad, como lo
denotan, además del lienzo que se expone, otros tan interesantes como los conservados en la iglesia de
San Juan de la Cruz – representando el Éxtasis y la Muerte de San Juan Nepomuceno –, en la capilla de
San Vicente Ferrer del antiguo convento de Santo Domingo – el grandioso lienzo bocaporte del retablo
mayor de la desaparecida iglesia conventual, firmado y fechado en 1730 – y una serie de lienzos
de historias dominicas depositados en el Monasterio del Puig por el Museo de Bellas Artes de Valencia.
Evaristo Muñoz ha representado a la santa de Siracusa como una bellísima doncella de cabeza
coronada, en despreocupada actitud andariega, fastuosamente vestida con túnica amarilla anudada
al pecho con rico broche de oro y ajustada con ceñidor de lambrequines, sobresaliendo bajo aquélla toda
una serie de ligeros velos y puntillas, diestramente interpretados. Un amplio y volado manto rojo
cubre la túnica, quedando recogida ligeramente en la mano izquierda, con la que asimismo sostiene
su atributo característico, los dos ojos, aquí servidos en bella copa de oro de diseño manierista, mientras
que con la mano derecha porta la palma, atributo común de los santos mártires que simboliza su victoria
en la fe. Un luz celestial envuelve la cabeza de la santa, mientras que en torno a sus pues, calzados
de sofisticadas sandalias a la romana, se vislumbra en alto punto de vista un idílico paisaje rocoso
surcado por un río.
Santa Lucía, de culto extraordinariamente popular como es sabido, fue una virgen nacida en
Siracusa que habría sido martirizada en 304 bajo Diocleciano. El hagiógrafo medieval Jacobo de la
Vorágine, en su popular Leyenda Dorada, narra que Lucía fue con su madre Eutiquia, que se hallaba
muy enferma, en peregrinación a Catania a la tumba de Santa Águeda; después de la curación de su
madre, distribuyó toda su fortuna entre los pobres. Denunciada como cristiana por su pretendiente
pagano al cónsul Pascasio, fue condenada a ser llevada a un lupanar, pero no pudieron moverla, ni
siquiera tirando de ella una recua de bueyes. Después de diversos tormentos, de los que resultó ilesa, la
virgen siciliana murió víctima de unos sayones que, a las órdenes de Pascasio, le atravesaron la garganta
con una espada. Según otra versión, ella misma se habría arrancado los ojos y los habría enviado
en un plato a su pretendiente, pero la Virgen se los habría hecho reponer con otros dos ojos
aún más bellos y luminosos. Esta leyenda se basa en la etimología popular de su nombre: Lucía
derivaría de la palabra lux, "luz".
La santa será representada habitualmente con los dos ojos sobre una copa como atributo
característico, mientras que la escena de su muerte no es muy frecuente en el arte europeo, y
será precisamente en Valencia, dentro del medio hispánico, cuando fruto del racionalismo
de la Ilustración, el gran pintor académico José Vergara la representará de esta manera
para el arzobispo Mayoral en un excelente lienzo de la desaparecida capilla de Santa
Rosa de Lima de la Real Casa de Enseñanza, si bien se tuvo buen cuidado de incluir el nombre
de la santa al pie del mismo, ya que difícilmente los fieles podrían identificarla de otra manera
que no fuera al modo tradicional, esto es, con el platillo o copa receptáculo de sus ojos, iconografía
por la que la religiosidad popular la ha considerado desde siempre como abogada infalible
contra los males de la vista.
El lienzo de Evaristo Muñoz, pintado en los primeros años del siglo XVIII, debió servir como bocaporte
del retablo mayor, churrigueresco, de la ermita de la que es titular Santa Lucía, como lo
evidencia el remate arqueado que se vislumbra en la parre superior de la pintura, que se corresponde
con el de la hornacina de dicho retablo. Hay que destacar asimismo que la composición evidentemente
entronca con la de las célebres santas paseantes o andariegas que tanto popularizó Zurbarán y
su taller, si bien la figura de la mártir siracusana, en el lienzo del pintor valenciano, dada su
acentuado contrapposto y sofísticada pose, así como por la estilización de su anatomía, sin duda
alguna debe estar inspirada en alguna estampa manierísta, cosa que corroboran
asimismo la indumentaria, las joyas y la preciosa y refinada copa en la que porta sus inseparables
atributos.
Texto: David VILAPLANA ZURITA
"La Luz de las Imágenes" - Tomo II - Áreas Expositivas y Análisis de Obras - f. 112/113 - Valencia - 1999
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