María de Médicis, hija del gran duque de Toscana Francisco I, nació en Florencia el 26 de abril de 1573.
El 16 de diciembre de 1600 contrajo matrimonio con Enrique IV de Francia y un año después dio a luz a
su primer hijo, el futuro Luis XIII. El 13 de mayo de 1610 fue coronada reina de Francia en la abadía de
Saint Denis y, a raíz del asesinato de su esposo un día después, fue nombrada regente del país durante la
minoría de edad del Delfín.
Realizó una política completamente distinta a la emprendida por Enrique IV, lo
que provocó el descontento de los protestantes
y de muchos nobles y desembocó en un enfrentamiento con su hijo, quien ordenó que fuera
desterrada al castillo de Blois. El 21 de febrero de 1619 la reina se escapó de su prisión y alentó
una sublevación contra el rey, si bien en agosto de 1620 ambos terminaron reconciliándose.
Sin embargo, años después, María, que en principio había auspiciado el ascenso al poder del
cardenal Richelieu y más tarde intentó convencer al monarca de la necesidad de destituirlo, tuvo
que refugiarse en los Países Bajos. Durante años vivió al amparo de las cortes europeas
sin poder regresar nunca a Francia. Murió el 3 de julio de 1640.
En 1621 María de Médicis encargó a Rubens una serie de grandes cuadros para
decorar dos galerías del Palacio de Luxemburgo, su residencia en París, con la idea de glorificar la
memoria de su esposo en la primera de ellas (proyecto que no llegó a materializarse), y narrar en la
segunda su ascensión al trono y su reinado, todo ello con un lenguaje histórico-alegórico. Es muy probable
que este retrato sirviera de modelo al pintor para esa serie de lienzos, hoy conservados en
el Museo del Louvre, y que lo pintara en París entre enero y febrero de 1622, cuando la retratada
rondaba los cincuenta años.
Rubens la representa de tres cuartos, sentada en un oscuro sillón, y ante un fondo impreciso
en el que parece insinuarse, a la izquierda, el dibujo de una cortina. Su mirada se dirige hacia un
punto indefinido, o quizás hacia el propio Rubens, con el que se sabe le gustaba conversar. Va vestida
con traje negro de viuda, y adornada con cuello blanco, alto y escotado, muy a la moda de la
corte francesa de la época, puños igualmente blancos, collar y pendientes de perlas. Sobre
sus rubios cabellos lleva la toca que empezó a usar después de la muerte de su marido.
Su rostro de tonos rosas y nacarados, en el que aún se aprecia su pasada belleza, el soberbio cuello
de gasa, realizado a base de grandes pinceladas sueltas, y sus elegantes y expresivas manos, que
destacan bellamente iluminadas sobre el fondo oscuro de su falda, hacen de este retrato uno
de los más destacados del artista, pese a su aparente sencillez y al hecho de que probablemente
esté sin concluir.
El cuadro formó parte de la colección personal de Rubens y fue adquirido por el rey Felipe IV en la
almoneda de los bienes del pintor, llevada a cabo tras su muerte en 1640.
Texto y foto: http://museoprado.mcu.es
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