María de Medicis - Pedro Pablo Rubens

TÍTULO María de Médicis, reina de Francia 1622
TÉCNICA Óleo sobre lienzo, 130 x 108 cm.
AUTOR Pedro Pablo Rubens (1577-1640)

María de Médicis, hija del gran duque de Toscana Francisco I, nació en Florencia el 26 de abril de 1573. El 16 de diciembre de 1600 contrajo matrimonio con Enrique IV de Francia y un año después dio a luz a su primer hijo, el futuro Luis XIII. El 13 de mayo de 1610 fue coronada reina de Francia en la abadía de Saint Denis y, a raíz del asesinato de su esposo un día después, fue nombrada regente del país durante la minoría de edad del Delfín.

Realizó una política completamente distinta a la emprendida por Enrique IV, lo que provocó el descontento de los protestantes y de muchos nobles y desembocó en un enfrentamiento con su hijo, quien ordenó que fuera desterrada al castillo de Blois. El 21 de febrero de 1619 la reina se escapó de su prisión y alentó una sublevación contra el rey, si bien en agosto de 1620 ambos terminaron reconciliándose.

Sin embargo, años después, María, que en principio había auspiciado el ascenso al poder del cardenal Richelieu y más tarde intentó convencer al monarca de la necesidad de destituirlo, tuvo que refugiarse en los Países Bajos. Durante años vivió al amparo de las cortes europeas sin poder regresar nunca a Francia. Murió el 3 de julio de 1640.

En 1621 María de Médicis encargó a Rubens una serie de grandes cuadros para decorar dos galerías del Palacio de Luxemburgo, su residencia en París, con la idea de glorificar la memoria de su esposo en la primera de ellas (proyecto que no llegó a materializarse), y narrar en la segunda su ascensión al trono y su reinado, todo ello con un lenguaje histórico-alegórico. Es muy probable que este retrato sirviera de modelo al pintor para esa serie de lienzos, hoy conservados en el Museo del Louvre, y que lo pintara en París entre enero y febrero de 1622, cuando la retratada rondaba los cincuenta años.

Rubens la representa de tres cuartos, sentada en un oscuro sillón, y ante un fondo impreciso en el que parece insinuarse, a la izquierda, el dibujo de una cortina. Su mirada se dirige hacia un punto indefinido, o quizás hacia el propio Rubens, con el que se sabe le gustaba conversar. Va vestida con traje negro de viuda, y adornada con cuello blanco, alto y escotado, muy a la moda de la corte francesa de la época, puños igualmente blancos, collar y pendientes de perlas. Sobre sus rubios cabellos lleva la toca que empezó a usar después de la muerte de su marido.

Su rostro de tonos rosas y nacarados, en el que aún se aprecia su pasada belleza, el soberbio cuello de gasa, realizado a base de grandes pinceladas sueltas, y sus elegantes y expresivas manos, que destacan bellamente iluminadas sobre el fondo oscuro de su falda, hacen de este retrato uno de los más destacados del artista, pese a su aparente sencillez y al hecho de que probablemente esté sin concluir.

El cuadro formó parte de la colección personal de Rubens y fue adquirido por el rey Felipe IV en la almoneda de los bienes del pintor, llevada a cabo tras su muerte en 1640.

Texto y foto: http://museoprado.mcu.es