TÍTULO La Trinidad (1577-1579)
TÉCNICA Óleo sobre lienzo. 300 x 179 cm.
AUTOR El Greco (1541-1614)
Museo del Prado. Madrid
En 1577 el Greco se trasladó a Toledo para realizar el encargo que le había
encomendado el deán del cabildo catedralicio, don Diego de Castilla: un cuadro de "El Expolio"
con destino a la sacristía de la catedral, y el diseño y las pinturas del retablo mayor y
de dos retablos laterales para la iglesia del convento de Santo Domingo El Antiguo, que se
estaba reconstruyendo por entonces.
El proyecto inicial de la restauración y decoración de esa iglesia respondía a las
últimas voluntades de doña María de Silva, quien, antes de morir en 1575, había
dejado dispuesto en su testamento que sus bienes fueran empleados para tal fin y había
nombrado como albacea al citado don Diego de Castilla. La iglesia se erigió bajo la
dirección de Nicolás Vergara "El Mozo", maestro mayor de las obras de la catedral, con
algunas modificaciones introducidas por Juan de Herrera, entre 1576 y 1579.
Se conserva una memoria del primer acuerdo entre el deán y el pintor, redactada en
1577, en la que se especificaba la configuración de los retablos y el número total de
las pinturas que deberían adornarlos, las cuales, posiblemente, ya estaban
finalizadas en el momento de la consagración de la nueva iglesia.
Culminando el retablo mayor -por encima de La Asunción, hoy en el Art Institute de
Chicago-, se hallaba La Trinidad, una de las más soberbias pinturas realizadas por
el cretense en su primera etapa en España. Para su composición, El Greco se inspiró
en una estampa de Alberto Durero, fechada en 1511, que mostraba, sobre nubes, al Padre
Eterno sosteniendo en su regazo el cuerpo muerto de Cristo, con la paloma del Espíritu
Santo revoloteando sobre sus cabezas y rodeados de
ángeles con los instrumentos de la Pasión.
Pese a las similitudes entre ambas obras, El Greco introdujo en la suya algunas
novedades que modificaron tanto su aspecto formal como su significado iconográfico.
Eliminó los instrumentos de la Pasión, sustituyó la tiara pontificia del Padre por la
mitra de los Sumos sacerdotes hebreos y cambió la posición de su cabeza, que
aquí mira al Hijo.
Se percibe también en esta pintura la huella de su educación italiana. Son
patentes los ecos de Miguel Ángel en la figura de Cristo, que recuerda la
estatua de la tumba de Lorenzo de Medicis, y La Piedad, hoy en la catedral de Santa
María dei Fiori. Si bien El Greco criticó duramente en Roma al florentino como
pintor, también le admiró como escultor, viéndose influido en la primera etapa de su
producción por sus estudios anatómicos. Son de origen veneciano los intensos colores
entonados en rojos, amarillos, verdes ácidos, azules, malvas y grises que remiten
a Tintoretto. La luz dorada que invade la parte superior del lienzo otorga a este
majestuoso conjunto un claro carácter sobrenatural.
El cuadro fue vendido por las monjas del convento, hacia 1827, al escultor Valeriano
Salvatierra y adquirido a éste por Fernando VII en 15.000 reales en 1832.
Texto y foto: http://museoprado.mcu.es
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