Estas dos tablas fueron realizadas por Hans Baldung Grien en su etapa de plena madurez
artística. Ambas formaban pareja y consta -por una inscripción en latín, hoy perdida, que
figuraba en el reverso de la titulada La Armonía o Las Tres Gracias que fueron
regaladas por el conde Federico de Solms a Juan de Ligne, duque de Brabante, en la
ciudad de Francfort, el 23 de Enero de 1547.
Las pinturas fueron más tarde adquiridas por Felipe II. En 1814 se hallaban en el
Palacio Real de Madrid, de donde pasaron al Museo del Prado. Por tratarse de desnudos, se
confinaron después en la llamada Sala Reservada del Museo, donde permanecieron hasta
la muerte de Fernando VII en 1833.
En La Armonía se encuentran representadas bajo un laurel, en cuyo tronco se enrosca
una serpiente, tres jóvenes -presumiblemente las Gracias del mundo clásico- con un
libro de música y un laúd. A sus pies una viola da braccio y tres supuestos geniecillos, uno
de ellos con un cisne (ave consagrada a Apolo, dios de la música, y asimismo a
Afrodita, diosa del amor), y una partitura.
En Las Edades y la Muerte, una joven de gesto agrio y una decrépita anciana parecen
estar ajenas a la horrenda presencia de la Parca que se perfila a sus
espaldas, algo, por lo demás, inútil, pues las tres figuras permanecen enlazadas
entre sí por la posición de sus brazos. En primer término, una lechuza mira de
frente al espectador, mientras que un niño duerme apaciblemente con el brazo
apoyado en la lanza rota que porta la Muerte. Un árbol seco a la izquierda, y la imagen
de un Cristo crucificado entre las nubes, completan esta inquietante tabla que tiene
lugar en un árido paisaje con una torre derruida al fondo.
El contenido simbólico de ambas pinturas y su intención moralizante resultan evidentes.
Son una contraposición imaginaria, a la vez que muy real, entre la plenitud de la
vida en la primera tabla, unida a una suerte de belleza y armonía -la música-y lo
efímero de propia vida en la segunda, que encuentra su fin irrevocable en
la muerte.
No obstante, la aparente armonía de la primera obra parece quedar empañada por la
presencia de la serpiente -símbolo cristiano del pecado original-, como recordatorio
de que nada de este mundo llega a disfrutarse plenamente, pues el mal está
siempre al acecho.
La segunda tabla es más explícita al mostrarnos las tres edades del ser
humano -infancia, juventud y vejez-, acompañadas por la Muerte, que lleva en las
manos un reloj de arena, recuerdo del paso inevitable de las horas, y la lanza quebrada
de la vida. La lechuza fue en la Antigüedad atributo de Atenea y símbolo de la Sabiduría, pero
en el medioevo se la asociaba con Lucifer, príncipe de las Tinieblas, al igual que la
torre infernal del último término.
Ante tanta desolación, sólo queda una esperanza, que no es otra que la imagen de
Cristo crucificado flotando en el cielo.
Texto y foto: http://museoprado.mcu.es
|