Goya le hizo este retrato en 1798 cuando ejercía sus funciones de ministro. Es bien conocida la
amistad entre el pintor y el político, quien fue uno de sus primeros protectores. Fue también un destacado
coleccionista de sus obras y, tal como reflejan las anotaciones de su Diario, siguió con interés
el proceso creativo del pintor en la decoración de la cúpula de la madrileña ermita de San Antonio
de la Florida, cuya realización él mismo había promovido.
Goya le pinta sentado junto a una mesa cargada de documentos. Apoya la mejilla en su mano izquierda,
sosteniendo con la derecha un papel en el que se lee: "Jovellanos por Goya". El lujoso mobiliario
contrasta con la sobriedad de su atuendo y con la ausencia de condecoraciones sobre su pecho.
La inclusión en el lienzo de una estatua en bronce de Minerva, diosa romana de la Sabiduría -que porta
un escudo con las armas del Real Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía- parece ser una alusión
directa a las virtudes del retratado. La rica entonación del conjunto en verdes, amarillos, grises y
pardos, la técnica deshecha, y la forma tan magistral con que Goya nos transmite los rasgos
esenciales de la personalidad de Jovellanos: bondad, inteligencia, reflexión, y cierta melancolía muy
acorde con las preocupaciones que debían agobiarle por entonces, hacen de este retrato uno de los
más bellos y hondos de la producción del gran maestro aragonés.
El lienzo fue legado por el propio Jovellanos en 1802 a su íntimo amigo Juan José Arias Saavedra. Tras
pasar por diversos propietarios, fue finalmente adquirido en 1974 por el Estado, que lo destinó
al Museo del Prado.
Texto y foto: http://museoprado.mcu.es
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