Roger van der Weyden pintó esta tabla para la capilla de la cofradía de los Ballesteros, en la iglesia
de Nuestra Señora Extramuros de la ciudad belga de Lovaina. En 1548 fue adquirida por la reina María
de Hungría para la capilla de su castillo en Binches, quien posteriormente la legó a su sobrino Felipe II.
Después de una breve estancia en el palacio de El Pardo, fue donada al Monasterio de El Escorial.
El documento de entrega la describe como la parte central de un tríptico. Se han perdido las dos
tablas laterales que, al parecer, representaban el Camino al Calvario y La Resurrección, aunque se
desconoce si eran originales y la fecha de su realización.
El episodio del descendimiento es relatado por los cuatro Evangelios, que narran cómo, tras pedir
permiso a Pilatos, José de Arimatea se llevó el cuerpo de Jesús ayudado por Nicodemo. Aunque es
de origen bizantino, el tema apareció en el arte cristiano en el siglo IX, y con el paso del tiempo se fue
enriqueciendo con nuevos elementos. En un principio figuraban sólo los tres personajes citados en
el Evangelio, pero, a finales de la Edad Media, se incorporaron diversas figuras, como la Virgen María, San
Juan o María Magdalena, entre otras.
Los Evangelios canónicos no mencionan el desmayo de María, pero sí los textos apócrifos.
Al parecer, esta idea teológica deriva de las meditaciones de San Bernardo de Claraval, defensor
del conocimiento y culto de la Virgen, y, por lo tanto, del sufrimiento de la Madre y del Hijo, siendo éste
uno de los temas preferidos por los teólogos medievales. El pintor siguió estas premisas en su obra, y, para
no crear dos centros de interés, -descendimiento y desmayo-, solucionó el problema uniendo visualmente
los dos cuerpos de los protagonistas mediante su diseño en diagonal, frente a la verticalidad de las
restantes figuras.
La Crucifixión tuvo lugar en la colina del Gólgota, que en arameo significa “calavera”, por lo
que, generalmente, los artistas introducen en este tipo de representaciones referencias óseas. Éstas
son interpretadas como una alusión a la muerte frente a la presencia de la cruz, que simboliza la vida.
Además, según un texto del teólogo y exegeta de la Biblia, Orígenes, la cruz fue erigida en el emplazamiento
de la tumba de Adán, por lo que la calavera, colocada por Weyden cerca de la mano de María, permite
también considerar a la Virgen como la nueva Eva, que vino a redimirnos del pecado original.
El pintor dispuso a los personajes casi en un único plano, recortados sobre un fondo dorado intemporal, y
les dio una corporeidad de carácter escultórico. La calidad pictórica de Weyden y su extraordinaria
habilidad para la descripción de las distintas calidades se puede apreciar en los más mínimos detalles.
Junto a un cromatismo vivo y equilibrado, utiliza una línea muy precisa en el dibujo, recreándose en la
transparencia de la piel, en las texturas de las telas y en los adornos de las indumentarias, y consigue
plasmar toda la emotividad del momento por medio de la expresión de los rostros y de las actitudes de los
personajes.
Texto y foto: http://museoprado.mcu.es
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