El Libro I de Samuel, en su capítulo 17, recoge un pasaje de la vida de David,
futuro rey de Israel, cuando, siendo todavía un muchacho, se dedicaba al oficio de
pastor. En una de las batallas en las que se enfrentaron las tropas de Israel contra
las de sus enemigos los filisteos, salió de entre las filas de estos últimos un
hombre llamado Goliat, que infundió inmediatamente el miedo entre sus oponentes por
su enorme estatura y lo aterrador de su indumentaria. Goliat desafió a los israelitas
a que saliera uno de sus hombres a pelear con él. Sólo David se atrevió a enfrentarse
con el gigante. Tomó su cayado, escogió de un torrente cinco piedras, las puso en su
zurrón de pastor y, con su honda en la mano, se acercó al filisteo que se mofó de él
al verle tan joven. Cuando ambos estuvieron lo suficientemente cerca, David lanzó una
de las piedras con su honda e hirió en la frente al filisteo, que cayó de bruces
sobre la tierra. Corrió entonces David hacia Goliat, se detuvo junto a él y, no
teniendo ninguna espada a mano, tomó la de éste, le mató y le cortó después la cabeza.
Caravaggio representa a David en un momento no recogido en el texto bíblico, y del
que, al parecer, no existen antecedentes iconográficos: aquel en que, habiendo
ya decapitado a Goliat, ata sus cabellos con una cuerda, quizá con la intención de
poder así arrastrar su cabeza más fácilmente hasta el campamento israelita.
Ambos protagonistas, situados en un primerísimo plano y ante un fondo oscuro, ocupan
la práctica totalidad del espacio pictórico. David, de perfil, se inclina sobre
Goliat -cuyo cuerpo, cabeza y mano están representados en un escorzo muy acusado-
formando así un arco muy sugerente, con sus cabezas alineadas en vertical.
Caravaggio concede a la iluminación un intenso carácter expresivo, mediante el empleo
de la técnica conocida como "tenebrismo", que acentúa el contraste entre las zonas
oscuras y las zonas iluminadas del cuadro, siguiendo la tendencia imperante en la
pintura europea durante las primeras décadas del siglo XVII, de la que él fue el
principal creador. Con ella se quería intensificar la emotividad y el sentido
dramático de la representación, para, siguiendo los designios del Concilio de Trento,
conseguir que la imagen influyera en el espíritu del espectador.
El cuadro fue durante largo tiempo considerado de mano de un discípulo del artista o
copia de un original perdido. Hoy en día, gran parte de la crítica lo atribuye al
propio Caravaggio, y fija la fecha de su realización en torno a los años 1599-1600.
El lienzo procede de las Colecciones Reales, donde figura por primera vez en el
inventario del Palacio de Buen Retiro de 1794 con el número 1.118 que aún conserva
visible. Se conocen varias copias antiguas de este David, todas ellas procedentes
de nuestro país, lo que parece probar que el cuadro se hallaba ya en España en el
siglo XVII, pese a no aparecer registrado en ninguno de los inventarios
conocidos de la época.
Texto y foto: http://museoprado.mcu.es
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